martes, 24 de febrero de 2009

Primavera, verano, otoño, invierno… y otra vez primavera



Nadie es inmune al poder de las estaciones y su ciclo anual de nacimiento, crecimiento y decadencia. Ni siquiera los dos monjes que comparten una ermita flotante en un lago rodeado por montañas. A medida que las estaciones se van sucediendo, cada aspecto de sus vidas se ve imbuido de una intensidad que los lleva a ambos a una espiritualidad mayor… y a la tragedia. Porque tampoco ellos son capaces de escapar a la fuerza de la vida, a los anhelos, los caprichos, los sufrimientos y las pasiones que se apoderan de cada uno de nosotros.
Bajo la mirada vigilante del Monje Anciano, un Monje Joven experimenta la pérdida de la inocencia cuando el juego se torna cruel, el despertar del amor cuando una mujer entra en su mundo cerrado, la fuerza asesina de los celos y las obsesiones, el precio de la redención… y la iluminación de la experiencia. Mientras las estaciones sigan sucediéndose hasta el fin de los tiempos, la ermita seguirá siendo un refugio para el espíritu, flotando entre el hoy y la eternidad.
Kim recurre a la tradición oriental y realiza una película imbuida de budismo, cada una de cuyas escasas líneas de diálogo contiene una enseñanza, aunque no es necesario ser un especialista para comprenderla. Narra el camino del discípulo junto al hombre sabio, que es consultado por quienes han perdido la salud; él se encarga de curarles el alma, para así sanar su cuerpo. Como en la naturaleza, el proceso de aprendizaje es cíclico, y atraviesa diversas estaciones: el encuentro con el dolor, la pérdida de la inocencia, el nacimiento de la sexualidad y el instinto de posesión, la aceptación de la caída, la purgación y la ascesis. Todo este camino de iniciación puede leerse también como un proceso alquímico, por el cual se accede a la purificación e iluminación: la materia prima debe llegar al estado de negritud o ennegrecimiento y putrefacción, para atravesar después las fases de blanqueamiento y purificación a través de los cuatro elementos, hasta que esa materia transmuta al estado de perfección o sublimación.
Kim decidió que las distintas etapas evolutivas del protagonista –separadas entre sí por una decena de años– estuvieran interpretadas por distintos actores, reservándose para sí mismo la fase final de superación y dominio del cuerpo en soledad.
El film entonces habla acerca de la evolución personal, de la circularidad temporal, sobre la marginalidad y de cómo la violencia subyace en las formas menos pensadas.
Kim proviene de la pintura, y con su fotógrafo Baek Dong-Hyun concibe cada plano como una obra pictórica, tanto en el aspecto compositivo como en el cromático. Logra imágenes de tal belleza que puede resultar abrumadora, y es evidente su búsqueda de la imagen perfecta.

Artículo de La Nación.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Grandísima y evocadora película que, por unos instantes, consigue evadirte de la rutina para llevarte a una dimensión espiritual. A penas contiene diálogos, pero es que tampoco los necesita, dado que cada plano expresa un sentimiento, una emoción y una forma de comprender el mundo.

En su día me hizo reflexionar bastante.


Curioso blog

Fridalina dijo...

gracias por tu comentario...curioso el blog...lo tengo botado...lo retomaré...